lunes, 8 de agosto de 2011

Segunda técnica básica de la meditación oriental


P- Antes de entrar en la materia de la charla de hoy quiero comentarte lo bien que me fue con los ejercicios y con la esencia de la técnica de hacerse consciente. Magistralmente hubo momentos en que me mantuve consciente todo el tiempo y es cierto que, además de que la mente tiene un descanso, disfrutas de lo que haces pues no estás pensando en el pasado ni el futuro y lo que haces te sale bien. ¿Esos son en realidad los indicadores para saber que uno está consciente?

R- Sí. Con el tiempo irás aprendiendo y beneficiándote de otros indicadores de lo que significa estar en el presente y hacerte consciente. Pero hoy te hablaré de la segunda técnica básica de la meditación oriental. Esta técnica se le denomina “ser el observador”. Ella puede aparecer con muchos nombres: “ser el testigo”, “levantar el juicio”, etc., pero como has aprendido lo importante no son los nombres, lo importante es la esencia.

Para comprender la esencia de esta técnica tienes que partir del hecho de que observar para la meditación oriental no es lo mismo que nosotros entendemos por observar. Cuando observamos siempre separamos, dicotomizamos, valoramos. Fíjate; cuando observas a alguien o a algo nunca lo miras de manera completa y acrítica. Siempre tratas de valorar o enjuiciar lo que estás observando. Así, cuando miras a una persona empiezas a mirarla por lo que más le agrada o desagrada a tu mente: los ojos, las piernas, el vestido, etc. Y siempre que miras estás valorando: es bueno o no, es feo o no, es agradable o no. Ese observar no tiene nada que ver con la meditación. En este tipo de observación siempre está la mente juzgando, etiquetando a las cosas, valorando, calificando lo que ve.

Para la meditación oriental convertirse en el observador o en el testigo es ser como un espejo. Simplemente reflejas lo observado. Cuando te paras delante de un espejo éste no te dice si lo reflejado es lindo o feo, bueno o malo, etc. Por eso ser el observador desde el punto de vista meditativo es contemplar sin valorar, sin enjuiciar, sin juzgar, sin etiquetar. Es simplemente mantener una actitud contemplativa, dejar que las cosas penetren por los órganos de los sentidos sin nombrarlas.

P- ¿Y es posible contemplar una situación sin nombrarla, sin describirla, sin valorarla?

R- Sí es posible. De hecho ese es todo el meollo de la meditación. Date cuenta que ver una cosa sin el matiz de las preferencias y deseos personales es verla en su simplicidad real. Siempre estamos viendo el mundo a través del prisma de nuestra mente. Te voy a contar una historia que ilustra esto. A una guardería infantil (círculo infantil), una maestra lleva una foto e invita a los niños que describan lo que ven en esa foto. En la foto había unos muebles llenos de polvo y de telarañas. Un niño levanta la mano y dice que él ve que esa casa está vacía, abandonada. Otro niño expresa que para él en esa casa vivían personas poco higiénicas. Una niña levanta la mano y dice: “Maestra, yo lo único que puedo ver es que posiblemente estuvo una araña”.
La pregunta es: ¿en realidad la foto está informando que la casa está abandonada, o que las personas son poco higiénicas? Esa información quién la vio: ¿los ojos o la mente?

P- Creo estar comprendiendo. ¡Claro que la mente!

R- La mayoría del tiempo no vemos la realidad, no vemos con los ojos, no olemos con la nariz, no caminamos con las piernas. Casi todo lo hacemos con la mente. Observa que cuando estás deprimido caminas de una manera y cuando estás alegre caminas de otra. Observa que siempre que las personas que tienes a tu alrededor encajan en tu modelo mental, te sientes bien con ellas y la comunicación y las relaciones se hacen agradables. Pero cuando esto no ocurre, entonces todo se “viene abajo”. ¿Te das cuenta de cómo las valoraciones, los juicios y las etiquetas que constantemente le estás poniendo a todo, no solo provienen de tus moldes mentales, sino que no te permiten ver la realidad tal y como es, qué ves a la vida a través de la mente?

Te pongo otro ejemplo. Supón que está lloviendo en este momento. Para la persona que esa lluvia le impidió ir a una cita amorosa o de negocios; esa lluvia: ¿es buena o es mala?

P- Mala, desde luego.

R- Y para el campesino que está esperando ansiosamente la lluvia para obtener buenas cosechas; esa lluvia: ¿es buena o es mala?

P- Yo diría que buena. Ya entiendo. Lo mismo pasa con el día del cumpleaños. Para algunos es bueno, pues es un año más de vida que tienen, pero para otros es malo pues sienten que es un año menos que tienen y que la vejez y la muerte lo alcanzan.

R- Buen razonamiento. Como ves la lluvia no es ni buena ni mala, al igual que el día del cumpleaños. Sencillamente la lluvia es lluvia y el día del cumpleaños es un día, pero la mente no nos deja verlos de forma natural, como lo que son.

Si quieres que la verdad esté frente a ti tienes que dejar a un lado a la mente, porque es la mente la que valora, enjuicia, dicotomiza y tasa a la realidad. Este constante trabajo mental te agota, te desgasta y te neurotiza, pues lo que estás percibiendo constantemente son tus miedos y deseos y no lo qué está ocurriendo en realidad.

Por eso, ser el observador desde la meditación oriental es tomar distancia, es como estar en la cima de una montaña y contemplar todo lo que ocurre como si fueras un vigía. Es como ser el espectador acrítico de una obra de teatro o de una película. En la película están pasando continuamente los cuadros y yo solo estoy enfocado en el que se está proyectando sin emitir juicios y valoraciones. Por eso meditar, entre otras cosas, es observar con esa cualidad que he descrito anteriormente, sin importar lo que observe: al cuerpo, a la mente, a la naturaleza, a las personas. No es tan importante el objeto que se observe sino la cualidad de observar, la cualidad de ser consciente de que se está observando y estar alerta.
P- Ahora entiendo la esencia del ejercicio del portero de la mente. Cuando se realiza ese ejercicio uno se convierte en el espectador de los pensamientos, pues como no se aferra a ninguno de ellos, entonces se convierte en el observador del que hablas.

R- Exactamente. Hay muchos ejercicios en la meditación oriental que tratan sobre esta técnica. Por ejemplo: hay un pájaro cantando. Tú estás escuchando. Son dos. Pero, ¿No puedes usted ver a un observador que está viendo a ambos? –Al pájaro y al que escucha. Tú eres el que está observando a ambos. Es un fenómeno muy simple y con la práctica puedes lograr resultados maravillosos.

Otro ejemplo: Estás viendo una fotografía; estás tú y está la fotografía; pero, ¿No puedes encontrar algo más? -Que hay un espectador que te está viendo a ti y a la fotografía.

P- Pero eso me suena como a desdoblarse.

R- Es algo parecido pero su esencia es diferente. En el caso de la meditación cuando te conviertes en ese tipo de observador, el juicio se paraliza, dejas de valorar, de enjuiciar. Existe solo una contemplación pacífica, calmada. La mente como que se detiene y le das un profundo descanso.

No es exactamente un desdoblamiento, pues en el desdoblamiento hay dualidad. En la meditación ser el observador es como en la proyección de una película: te das cuenta de que puedes tomar dos identificaciones: o eres la pantalla o eres las imágenes que se están proyectando en la pantalla.

Cuando te conviertes en el observador meditativo eres la pantalla. No importa lo que la vida proyecte. Eso no te toca. Sigues calmado observando. Cuando eres las imágenes entonces tu vida se convierte en un torbellino de emociones que dependen de las imágenes que se están proyectando. Resulta obvio que cuando no eres la pantalla no puedes experimentar ni paz, ni refrigerio.

Hay un cuento que me gustaría hacerte y que ilustra este punto.
Un hombre con una fuerte tendencia a dejarse manipular por factores externos fue a visitar a un maestro para plantearle su problema:
Maestro, no soy capaz de alcanzar la paz interior. ¿Qué hacer?
El maestro pensó unos instantes y dijo:
Vas a ir ahora al cementerio, te sentarás en medio de las tumbas y pasarás la mañana elevando toda suerte de elogios a los muertos. Cuando regresó por la tarde el maestro le preguntó.
¿Has hecho lo que te dije?
Así lo he hecho –respondió el estudiante.
Bien; pues ahora volverás al cementerio y pasarás la tarde vertiendo insultos e injurias a los muertos.
El discípulo cumplió la orden del maestro sin entender nada. Llegada la noche regresó y le dijo.
Maestro, durante la mañana he ensalzado las virtudes de los muertos con toda clase de elogios, pero por la tarde he ofendido gravemente a esos mismos muertos con grandes insultos. ¿Puedes decirme ahora el objetivo de tus mandatos?
¿Qué te contestaron los muertos? –Preguntó a su vez el maestro–. ¿Se mostraron satisfechos y se vanagloriaron con tus alabanzas, o tal vez se volvieron indignados y coléricos con tus insultos?
Pero, maestro, eso no es posible. ¿Cómo van a reaccionar si están muertos?
Pues eso es exactamente lo que has de esperar de ti mismo: la ausencia de reacciones, tanto ante las ofensas como ante las alabanzas. Si alguien te insulta y enciende tu cólera, ¿no ves el poder que tiene sobre ti? Si alguien te alaba e inflama tu vanidad, ¿no ves el poder que tiene sobre ti? Tu paz interior la tienes ahora en manos de los demás o en poder de los acontecimientos que te rodean. Ve y rompe esas cadenas que tienes con tu ego, recupera tu libertad y solo entonces encontrarás la paz interior.

Este cuento indica exactamente lo que estamos haciendo constantemente cuando estamos identificados con la mente y no asumimos la posición del observador meditativo: estamos continuamente reaccionando a todo lo que nos pasa, estamos identificados con las imágenes de la proyección. Y de lo que se trata es de ser la pantalla.

Te propongo que realices el siguiente ejercicio. Pruébalo ahora mismo mientras me estás escuchando o leyendo. No centres toda tu atención en mí ni en lo que estás leyendo. Trata de abarcar atentamente tanto a lo que lees como a ti, leyendo o escuchando. Sitúate justamente en el centro de lo que está pasando. Solo eso. No hagas ningún esfuerzo. Observa y notarás los resultados: el enjuiciar se detiene, la criticidad de la mente no puede funcionar y al fin puedes reposar, a la vez que estás consciente de todo lo que está ocurriendo. Es sencillamente maravilloso. Es como contemplar la película de la vida sin la compulsión neurotizante de estar constantemente pensando y analizando. Si realizas este ejercicio de manera persistente en cualquier situación en la que te encuentres verás como comienzas a fluir con la vida, pues no te apegas emocionalmente (es decir con tu valoración mental), con lo que te está ocurriendo. Eres la pantalla. Has llegado a tu centro de equilibrio.

P- ¡¿A mi centro?!

R- Sí, a tu centro. Pero eso es harina de otro costal. En la próxima charla te seguiré comentando sobre estas dos técnicas básicas de la meditación oriental (el ser consciente y el ser el observador), de lo qué significa “estar centrado o encontrar el centro” y te brindaré más ejercicios para que puedas ponerlas en práctica. Hasta ese momento que la pases bien y que la paz sea contigo.

1 comentario:

  1. Hola! No me quedo clara la técnica del observador, como la aplico al momento de la meditación.
    Gracias
    Súper interesante el blog.

    ResponderEliminar